De paso, entre las
casitas más pequeñas de este antiguo barrio popular,
me dejé conmover por este modesto patio, con sus tres
flores, su colección de trofeos colgando de la pared
y su pequeño banco,
dispuesto para tomar el sol de la mañana.
Cuenta sin palabras
cierta idea de la felicidad.
Me sentí muy
lejos del universo parisino tan consumista.
Pero no quise molestar
y seguí caminando.